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Manuela
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     Nacida en el año 1932, Manuela Sánchez Sánchez tan solo contaba con cuatro años de vida cuando se inició la Guerra Civil española en 1936. Recuerda con resignación las penurias y anécdotas que vivió durante los años que duraron los combates. En su casa, a la hora de organizarse para poder comer, lo habitual era que su hermana y su tía, que eran prácticamente de la misma edad y más mayores que el resto, fueran al campo a recoger cardillos, que posteriormente lavaban y preparaban entre todos los miembros de la familia. Costumbre que le lleva a rememorar una jornada con especial atención. Se trata de un día en el que su abuelo preguntó si querían ayudarle a preparar un guiso con las peladuras de los cardillos y sonríe al explicar que ella no se acuerda ya de si ese día participó, o no, de aquella idea, ni tampoco de quiénes lo hicieron. Pero sí tiene claro que ella, peladuras de cardillos, ha comido. 

     Más adelante, en lo que fue su huida de la región, su madre y ella se marcharon a Bolaños, el municipio de Ciudad Real, mientras que sus tías acabaron en Almagro, que era un pueblo más grande y desarrollado.

 

    En Zarza Capilla su familia tenía una casa que pertenecía a sus abuelos y, tras los bombardeos del verano de 1938, quedó destruida. Explica que, en el proceso de reconstrucción, lo primero que tuvieron que hacer fue acabar de derrumbarla para poder preparar el solar de cara a levantar una nueva vivienda.

 

   Pero más doloroso fue narrar cómo su padre murió en la cárcel de Formentera, tras haber pasado la posguerra en Castuera. Aunque de ello dice no estar, de hecho, ni siquiera segura. Cuenta que, tras preguntar e investigar, fue hasta el sitio en el que, remarca, teóricamente había estado.

"Mi madre mandó paquetes para allá y otras personas nos mandaban, esos mismos paquetes, les ponían la dirección de otro. Y entonces mi padre seguía allí sin paquetes, no le llegaban paquetes, no le llegaban paquetes y…"

     Aunque la anécdota más impactante de toda su historia es la que vivió en su niñez, una vez ya finalizada la guerra y durante el proceso de reconstrucción del pueblo viejo. En esa época era absolutamente normal y frecuente que los niños caminasen y jugasen sobre los escombros de las casas “rotas”. 

"Pues ahí veo una cosa más bonita... Y digo: “ay, qué bonito. Esto para mí, esto para mí, esto me lo guardo”. Pero iba a un mandado y tenía que ir al mandado y no lo quería llevar eso tan bonito.Y cogí y en el pedregal, que había un pedregal allí, lo puse y puse piedras así para… Y entonces estuve andando alrededor, que me podía haber… Mi abuelo cuando me cogió… Y ya cuando bajo: “Ay, se me ha olvidado”. Pues vuelvo otra vez a por mi juguete, yo, para mí, era un juguete muy bonito que había encontrado. Y cuando ya le cojo y me voy derechita a casa. Cuando entro derechita a casa, mi abuelo estaba allí con nosotros y… Particularmente mi abuelo estaría allí sentado. Cuando entro yo: “mira, mira, mira”. Sale corriendo mi abuelo sin doblar una palabra, me la coge de las manos, se fue a la cerquilla, que es la parte de atrás de la molina, por allí, se fue el sólo y no dijo nunca dónde la había enterrado. Y era una bomba de mano". 

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